Venid
La hidra verde posó sus tentáculos sobre mi cabeza blanca y el cerdo nos miraba curioseando mientras hacíamos el amor bajo las ramas del sauce bufando entre las cerezas que caían sobre la alfombra azul llena de mar. Cuando el dios Eolo sopló en su alma borrando toda huella de la caza de Diana mientras la luna danzaba macabra con su velo de tul violeta alrededor del sol, una luz difusa en noche velada por los grados de una botella regada por el Ródano y humeada por miles de cigarrillos asesinos se extendió por los vidrios rotos en las sombras. Cuando los bytes callaron. Cuando el amarillo del verano se extinguía. Venid a mí, monstruos del averno, y disfrutad conmigo del mal. Oh, sierpe, hija de Cronos, que disfrutas destrozando las ramas del manzano mientras frotas tu vientre abultado de hijas contra la piel del desencanto y la tristeza. Y la anémona solitaria que busca inútilmente quedar preñada de sueños en las calles soñolientas de ternura y barro. Y ese mariscal que desciende las escaleras pensando en el tercer círculo, sin guía, con la lengua lamiendo las láminas desnudas del clítoris de Afrodita, mármol frío de la muerte. Venid, venid y danzad conmigo, amigos del mal. El frío de la navaja roja se hunde en mis entrañas. Venid, no me dejéis solo entre la niebla. Venid y danzad entorno al fuego que me consume. Venid, danzad mientras el teléfono rojo no suena, mientras el prado se oscurece por el pincel del destino, mientras el agua brama contra la arena y arrastra las conchas vacías al vacío. Mientras el alma se desnuda y se ofrece como hetaira con lecho y lámpara, mientras se ofrece el silencio en el ara de la nieve otoñal recién estrenada. Ven, Luzbel transformado, y hazme el amor. Ven a mí, pequeño amorcillo, compañero, que en el arpa solitaria del rincón oscuro dejas la melodía de la quimera del deseo y baila esta danza que quema los labios, que orgasmea enfrente del líquido que se derrama de su sexo. Silencio, sí, silencio. Silencio en sol mayor. En luna baja, en semitono de rayo que se difunde por las aceras y los tejados de la ciudad. Y el rojo. El rojo que viene a mis labios como una carta de amor sin firma. Anónimo. Letras cifradas que se esfuman entre los dedos de la hidra que corta el aire y las aguas enturbiadas por las ranas del estanque que bucean en el fango del alma. Proceso la información del cóndor que vuela libre en las montañas del altiplano: una alondra muda la piel cada hora, cada rama, cada ola, cada tiempo del diapasón de la vida, cada arpegio de cielo, cada nota, cada fonema, cada palabra, cada mariposa que vuela entre los juncos del espejo.
Retamar, septiembre de 2007.
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