Sin proyecto
Sin proyecto
El llanto del bebé la sacó de súbito de un sueño profundamente placentero. Le costaba abrir los ojos, se resistía a abandonar las escenas de placer que su subconsciente había elaborado, se aferraba a ese último sopor que nos retiene en un mundo aparte. Inútil resistencia, el bebé no paraba de llorar. ¿Qué hora sería? ¿Cuánto había dormido? ¿A cuánto estaba de la frontera? Se interrogó aún sin abrir
los ojos. Llevaba más de 10 horas en el autobús excluyendo la pequeña parada en un bar de carretera para comer. Al otro lado de la línea que separa en el mapa los dos países la esperaba su sueño, Albert. Hacía meses que no se veían y esperaba con ansiedad el reencuentro, ansiedad que no era inocente del todo en la humedad de su reciente sueño.
El autobús seguía con su ronroneo interrumpido tan bruscamente por el pequeño desconsolado. No recordaba haber visto ningún bebé en los asientos próximos. Seguramente serían viajeros que habrían subido recientemente al bus. La plaza contigua seguía desocupada pues su laso cuerpo la tenía parcialmente invadida. Finalmente se decidió a abrir los ojos. El llanto había repentinamente cesado.
Su mirada impactó de golpe con unos labios que succionaban casi con violencia un enorme seno de ébano. El pequeño tenía los ojos cerrados y la mano agarraba con fuerza la camisa de vivos colores de su madre. La africana lo miraba con media sonrisa de miel que derramaba todo su amor en la escena.
Se turbó un poco e intentó mirar por los vidrios del autobús. Las primeras luces del alba se adivinaban en el horizonte. A lo lejos se divisaban pueblos o aldeas dormitando en la espesura de la noche sobre el lienzo del valle. Entre dos espectros de montículos lejanos, sus ojos se encontraron con el reflejo de madre e hijo. Se preguntó qué sentiría el pequeño. Sus labios aferrados a los pezones con fuerza. Su expresión era de placer y tranquilidad. ¿Y la madre? Su rostro emitía felicidad y luz. Fue inevitable. Pensó en Albert, su pareja. Lo vio como tantas veces lamiendo la desnudez de sus pezones, se le despertó el deseo. ¿Sería una sensación semejante? Se sintió un poco abochornada por romper la inocencia de la escena. ¿Tendría ella ocasión de experimentar lo mismo? Por ahora no tenía ningún proyecto.
El bebé soltó el pezón y desplomó su gravidez en los brazos que lo sostenían. La mamá guardó como pudo su seno y abotonó su camisa sin dejar un instante de contemplar el sueño de su criatura. Su mente recorrió el trayecto que quedaba sobre el mapa en la sombra de unos labios de bebé sobre un seno negro.
Aguadulce, 15 de mayo de 2011
Qué dulce escena hermosamente relatada, con finura y elegancia. Me ha gustado muchísimo.
Besos fuertes como abrazos, hla, dmc
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Muchísimas gracias, Liz. Muchos bfca de tu reconociente amigo.
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